28 de diciembre del 2002 El «Prestige» se llevó a Man

Texto de S. Garrido

Ya no importa lo que diga el parte médico: el Prestige se ha llevado a Man. Su intensa cola de fuel pintó de negro plomizo las rocas que él coloreó durante cuatro décadas junto al espigón de Camelle, uno de los corazones de la Costa da Morte.

Man, Manfred, 63 años muy avejentados, el alemán de Dresde que llegó al puerto camariñán en el 61, fue hallado muerto ayer en su chabola de anacoreta, rodeada por un jardín, mitad El Bosco mitad Gaudí, que ha atraído a Camelle a miles de visitantes. Ayer por la tarde se le acercó otro, un vecino, extrañado porque los víveres que un paisano le dejaba en la puerta de la caseta seguían colgados. La puerta estaba cerrada por dentro.

Dieron aviso al patrón mayor, y éste a la Guardia Civil y al médico, que certificó su muerte. Estaba tumbado, cubierto de cintura para abajo. Casi como siempre, cuyo traje de estricto taparrabos era casi tan famoso como su museo.

«Estaba enfermo da alma», decía, abatido, uno de sus escasos amigos. «Morreu de melancolía», apuntaba otra. El fuel cubrió su obra, ralentizó su corazón y le postró en una profunda tristeza, como esa en la que cae el cónyuge supertriste cuando la ausencia de la pareja le llena de vacíos.

Man tenía con sus piedras, con sus materiales troceados, pulidos y erguidos, una relación de intensa dependencia. Y con el mar que le llegaba por el noreste. Un mar bravísimo y ronco cuyas olas saltan sobre el dique y que él veía desde su puerta. Quizá como contrapunto al oleaje, Man hablaba con un elegante y suave acento de brisa en calma. «Hoola, coomo estásss, toma libreeeta, dibujaaa lo que vesss», le decía al visitante que, tras pagar un euro, recorría los minúsculos senderos. Ahora, esas miles de libretas, un atlas sentimental, se han quedado sin índice. Y eso que Man, que quizás ventaba la muerte, le había confiado hace unos días a un vecino su intención de que la Xunta se hiciese cargo de todo el recinto. E incluso enviado una carta a la Redacción de La Voz en Carballo con idéntico ruego.

Le había dicho más cosas, ya en plena marea, el 23 de noviembre: «Si no me muero, me mato, esto a mí no se me puede hacer». La había tomado como algo personal. Parecía que el petróleo lo eligió como banco de pruebas, como él eligió una vez Camelle para olvidar su vida anterior, donde tuvo amores con una maestra, sucesos para olvidar, relaciones de amor-odio con los vecinos, quienes tantas veces lo vieron correr por el paseo marítimo detrás de nada antes de que la circulación de sus piernas le diera unos avisos.

Man descansará para siempre en un panteón que el cura le cederá en el camposanto. Anoche, el patrón gestionaba el velatorio en la lonja, donde duermen los militares que limpian el fuel que, seguro, se lo llevó para siempre.

El capitán del «Prestige» advirtió que tomar rumbo noroeste partiría el barco

Mangouras, manteniendo que siempre cooperó con las autoridades, declaró ante el juez de Corcubión que nunca supo quién estaba al mando del operativo de rescate. Cuando estaban siendo remolcados por el Ría de Vigo, el capitán suplicó que dejasen de tirar del buque, ya que el remolcador estaba averiado y exponía la grieta de la cubierta a la fuerza de las olas. «Les dije que no jugasen con nuestras vidas, que el barco iba a romperse».

 

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Dic 28 2002

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